En
general, la trashumancia a través de cabañeras dejó de hacerse aproximadamente
a principios de la década de 1.960.
En Chibluco, el ganado se subía
a los pastos de Guara el día de San Juan. Previamente, a finales de Mayo, se
esquilaba el ganado para más tarde, cuando ya les había crecido un poco de lana,
ser marcadas con las iniciales del propietario de las reses y de este modo
poder reconocer el de cada casa, puesto que en la sierra todas se mezclaban.
¿Por qué se subían el día de San Juan? Pues porque en esa fecha, ya no quedaba nieve en Guara y con la abundancia de pastos podían comer hasta saciarse. Permanecía allí todo el verano y retornaba a Chibluco el día de San Miguel. A los animales se tenía por costumbre colgarles una esquila del cuello, entresacadas de las variadas formas y tamaños de las mismas.
Un vecino me contó una
costumbre que tenían ellos. Tres veces al año les colocaban a los bucos unos
grandes cencerros llamados trucos. El día de la fiesta menor -14 de Junio-, el
día del Corpus y el día que los subían a Guara. Tanto el día de la fiesta pequeña
como el del Corpus, era como si los animales tuviesen el derecho a celebrar
ellos también la fiesta y el día que subía el ganado a Guara era para que los
bucos que llevaban el truco, fueran abriendo la marcha. De este modo el resto
del ganado los seguían por el ruido y así el pastor también sabía por dónde
andaban. Cuando el rebaño llegaba a la cara norte de Guara, les quitaban los
trucos pues al estar en libertad, había peligro de que se extraviaran y eran
bajados por los pastores.
El ganado era de todas las
casas, unas 300 cabezas aproximadamente. Las ovejas viejas y las que estaban
preñadas no se subían. La cabaña era subida por dos o tres propietarios de las reses,
pero para bajarlas el día de San Miguel, tenían que ir más personas, ya que el
ganado estaba bastante desparramado y además se tenía que “esbarar” puesto que
las ovejas estaban muy mezcladas.
Según datos recogidos en Internet y procedentes de
varios autores, actualmente
existen en España poco más de 300.000 cabezas de ganado trashumante, frente a
los cinco millones con los que contábamos el siglo pasado. A pesar de ser un
ejemplo de sostenibilidad, las 10.000 familias que se dedican a esta práctica
ancestral se ven abocadas a abandonar la actividad ante la falta de una
política decidida de apoyo.
La trashumancia
proporciona numerosos beneficios, no sólo ambientales, para el conjunto de la
sociedad. El paso del ganado aumenta la fertilidad de nuestros suelos
amenazados por la desertificación, al incorporar estiércol y otros restos
vegetales a su paso. Además, algunos de los bosques más importantes de nuestro
país se han desarrollado y conservado gracias a esta práctica, como los pinares
de Guadarrama o la Serranía de Cuenca, los hayedos y robledos de la Cornisa
Cantábrica o los encinares y alcornocales de Andalucía y Extremadura. Los
animales se alimentan de materia fácilmente combustible actuando eficazmente en
la lucha contra incendios.
Los rebaños
trashumantes benefician directamente a la biodiversidad, al conservar numerosas
razas autóctonas en peligro de desaparición, como la oveja rubia de colmenar o
la vaca tudanca. Los efectos también son positivos para la flora, al contribuir
cada oveja a la dispersión de más de 5.000 semillas al día, unos cinco millones
de semillas por rebaño, y a la fauna silvestre, sobre todo aves, que depende de
los espacios abiertos pastoreados.
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